viernes, 25 de junio de 2010

Superpower

Definitivamente, las madres tienen superpoderes. Hay una serie de superpoderes comunes, que tienen todas y que se activan, creo, en el mismo instante en el que paren por primera vez (reinvindico el verbo parir, por cierto, porque dar a luz me ha parecido siempre una cursilada con tines mesiánicos que no me molan). En el día a día son superheroínas, por tener que sacar hacia delante una casa con X miembros y por tener que luchar contra todos los elementos que los hijos y las hijas vamos dejando por medio desde el momento en el que suena el despertador, por tener que separarnos la ropa de color de la blanca cuando la mezclamos todas e incluso por lavarnos a mano alguna prenda para que no le salgan bolillas, sin decirnos nada. O mejor dicho, porque están hartas de decirnos que no la metamos en la lavadora, nosotr@s pasamos y al final ellas ceden. Ese puede ser el superpoder de la paciencia infinita, por ejemplo. Superpoder que están casi obligadas a desarrollar porque si no nos hubieran tirado por la ventana hace ya mucho tiempo y a lo mejor es verdad eso que dicen de que un hijo es a lo que más se quiere del mundo.

También tienen el superopoder rastreador de emociones. Ese también es común a las madres del mundo. Tu madre te tiene calá y sabes cómo estás desde que entras por la puerta de casa. Aunque entres estirando la boca para sonreir como Norma Duval. Es más, a veces pienso que ya saben cómo estamos cuando llamamos al ascensor para subir, porque es meter la llave en la puerta y ya te preguntan "Qué te ha pasado hoy que estás mu rara". Es un superpoder chungo: ahí te das cuenta de que no tienes escapatoria y la sombra de las madres son demasiado alargadas. Si vas a tu habitación directamente ya saben que te pasa algo y si entras con las mejor de tus caras, también huelen que algo no va bien; con el tiempo he aprendido que lo mejor es resignarse a que no puedes escapar de su superpoder rastreador de emociones.
Este suporpoder tiene una variante que mi madre ha desarrollado a la perfección: el rastreador de emociones vía telefónica. Cuando estoy lejos y termina el cuestionario de supermadre (qué has comido, si hace frío o hace calor, regañarte porque hay que ver que te dije que llevaras otra ropa, con quién estás) pone el sensor del superpoder de rastreador y detecta por la voz cómo estoy. Y lo clava. A veces pienso que mi madre ha sido entrenada en la KGB, porque solo ella sabrá los parámetros que aplica a mi voz para conocer qué carajo me puede pasar cuando estoy a más de 1000 km de distancia. Es alucinante. Pero ya digo que esto es una variante, es un poder que ya no es tan común a las madres del mundo, si no que lo tiene la mía y algunas madres más.

Otro superpoder es el superpoder tranquilizador. Las madres tranquilizan sin hacer nada, creo que ni ellas son conscienes de lo tranquilizadoras pueden llegar a ser y de lo que son capaces de generar cuando las tienes cerca. A Hugh Jackman le pasa algo parecido. Pero las madres más. A todo el mundo le ha empezado a doler algo, se ha sentido mal por lo que sea y se le viene a la cabeza la imagen de su madre y de repente quiere estar con ella. Y quien diga que no, miente, porque incluso a mi madre le pasa aún con su madre, que es mi abuela, y que echo mucho de menos, porque ella tenía el supoerpoder tranquilizador aplicado a sus hijas y a sus nietos, que somos seis. Pero a los superpoderes de abuela dedicaré un post otro día.

Comunes hay muchos, pero los especiales son los mejores.

Mi madre tiene por ejemplo el superpoder del arte y la guasa. A veces le da por machacarte con la guasa y puede incluso herirte, sobre todo si ese día no tienes ganas de escuchar a nadie y mucho menos que se rían de tus cosas. El avatar mental de mi madre es con una sonrisa enorme o riéndose de alguno de nosotr@s incluso de algo que a ella misma le ha pasado y que no puede terminar de contarte porque se parte.

Otro superpoder que comenzó a desarrollar y que actualmente lo tiene muy conseguido, es el superpoder de ametrallar. Como suena. Este superpoder parte de otro superpoder común, que es el de regañar a tu hijo o hija por cosas que nadie percibe (una señal de dedo en una puerta, un edredón que arrastra un milímetro, una gota de agua fuera del lavabo, etc) , solo las madres. Mi madre se enerva con este tipo de situaciones y actua por acumulación, pero su acumulación es muy limitada: en cuanto ve dos cosas, tres a lo sumo, que no le gustan o que a su entender están ensuciando, enciende su radar de cosas molestosas y comienza a ametrallarte con todo lo que ve y que le fastidia. El superpoder ametrallador es peligroso para los que están cerca del ametrallado, porque el sensor no entiende de personas: si estás al lado de la víctima, te ametrallan también y comenzarán a reprocharte otras cosas que están por medios. Este superpoder es atemporal; si no tiene suficientes cosas para echarte en cara, puede rebuscar en su historial y seguramente sacará alguna miseria tuya de hace cuatro meses, pero que como buena madre con superpoderes, no puede olvidar.

Un superpoder mu chulo de ni madre es el superpoder de inventarse palabras. Ella se inventa palabras y expresiones que nadie conoce y que ella se encarga de darle rigor histórico apuntillando "Esto se dice en mi pueblo" o "Esto lo decía mi abuela". Es verdad que a veces ha dicho palabras que por desuso se han eliminado del vocabulario popular y que existir, existen, incluso se recogen en el DRAE. Pero otras veces se las inventa, aunque ella diga que no. O las dice mal alegando que es pa ponerle más énfasis.

Podría estar aquí hablando de los superpoderes de mi madre cuatro días, porque tiene millones. Pero os daría tanta envidia daber que tengo a la mejor madre del mundo que dejaríais de leerme. De hecho, creo que le voy a hacer un blog.

martes, 24 de noviembre de 2009

No soy mala, es que me han dibujado así

Ya desde fuera, se ven minúsculas todas las palabras en todo este espacio. En todo este tiempo. Te miro y no distingo todas las huidas de mi misma. Todos los encuentros conmigo misma. Contigo mismo. Aún hoy fundes a hierro tus gestos sobre mis heridas. Y toda mi cintura sigue cabiendo entre tus manos. Piensa que el silencio bajo estas circunstancias, salva.”Ya no ensucias, pero tampoco limpias”, dices. El silencio es una botella de vidrio donde escondo algunos de los miedos. Tú rompes, tú manchas. Vuelves la respiración imperfecta, los latidos arrítmicos. Sacas cualquier monstruo de cualquier armario. Sigues siendo la metáfora de cualquier verbo. Eres primavera, amor. Y otoño y verano e invierno. Creo que en otro tiempo y en otro espacio, te he odiado. Pero ahora no lo recuerdo.

Cada gesto tiene su propia belleza, su propia caricia. Otra vez huele a ti y huele a mar. Pienso que un poema huele igual que una caricia ausente. Pienso que cualquier sol es capaz de amanecer. Pero un sol sin un mar, nunca atardece. No mancho y no limpio. Es difícil florecer bajo esta luz tan potente. Has sido mi tristeza más bonita, mi camino más eterno. Pero ahora se ven minúsculas todas las palabras en todo este espacio. En todo este tiempo. Ahora sólo tu boca es todos los versos.


D.M.

martes, 28 de abril de 2009

Adiós, Javier.


Sueño con Jamaica

Sueño con Jamaica. Estoy sentado detrás de una mesa negra, rodeado de papeles, delante de una pared de la que cuelgan fotografías de desolación y soledad, entre proyectos de artículos y pilas de opinión que me reclaman. Y estoy volando hacia Jamaica.

La pantalla de fósforo verde me mira adusta. Me está pidiendo impaciente su ración cotidiana de formatos y de claves. Pero hoy –¿qué me pasa?– sólo veo en ella reflejos de espuma blanca sobre un mar de azul intenso. Un mar bajo el sol: bajo ese fiero sol de pasión que ilumina eternamente el puerto de Kingston, en Jamaica.

Sueño con Jamaica. Jamaica es una isla (no sé por qué os lo cuento, si ya lo sabéis); Jamaica es una isla primitiva, anárquica y bellísima, con casas de hojalata que desembocan en largas playas de arena fina y blanca. En Jamaica todo está por hacer, y uno puede vivir con la esperanza en la punta de los dedos, pensando que todo es aún posible y que el futuro existe. Y las gentes son sencillas, y sus sentimientos, espontáneos y directos, y hasta los asesinos son capaces de explicar lo que hacen sin recurrir a teorías sociológicas o sesudos estudios de mercado: matan –ya veis, qué cosas–, y matan porque odian y porque aman, y esos es todo, y nadie le da más vueltas.

En Jamaica, el tiempo no cuenta apenas nada. La gente es tranquila e impuntual, y muy pocos son los que admiten que les impongan una cita: ellos quedan y, al final, aparecen, pero no miran el reloj ni se preocupan por horarios.

Sueño con Jamaica, y en la Jamaica en la que yo sueño nadie se levanta la voz, y el ruido es sólo algarabía callejera, y los policías no dan miedo, aunque asusten un poco con los ruidosos piropos que lanzan a las muchachas que circulan en bicicleta y a las que el aire levanta sus faldas de mil colores.

Tal vez esa Jamaica en la que estoy soñando no exista. Tal vez esto que os estoy contando sea sólo el fruto de películas y carteles de turismo asomados a los escaparates de las agencias de viaje.

Nunca he estado en Jamaica, y es probable que nunca la vea. Me da igual. Mejor que sea así.

Mi Jamaica, esta Jamaica en la que hoy sueño, me vale porque es quimera, porque ocupa el espacio del no-aquí, porque me ayuda a imaginar que podríamos ser otros.

Y sueño, y me voy a Jamaica para mejor sentir mi distancia ante lo que veo: calles grises, gente triste. Y sueño con Jamaica para reclamar de mi más alegría, para pensar que todos podemos romper con todo, que somos capaces de no acudir puntuales a las citas, de reírnos de los estudios sociológicos que explican la muerte, de creer que el porvenir que nos espera no está condenado a ser de por vida un tiempo para el llanto.

Jamaica o muerte. Venceremos.


Javier Ortiz ha fallecido esta madrugada. Venceremos.

lunes, 27 de abril de 2009

La disciplina

Me han dicho que para escribir tengo que ser disciplinada.

Bueno... llevan diciéndomelo mucho tiempo. Años quizás. Desde los 15. O incluso antes.
Recuerdo a Gregorio, mi profesor de Lengua y después de Literatura (y después de Lengua y Literatura, cuando ya cursaba COU) advirtiéndome de la falta de autodisciplina. Le hacía tan poco caso que cuando me suspendió, lo hizo de coraje. Siempre andaba recriminándome las faltas a clase, los cuchicheos con Loli y Rocío y mi falta de autodisciplina. Qué pesado, Gregorio. Y sí, encima de todo, fumo.

Me encontré con Gregorio hace un par de días. Me preguntó por mi trabajo, que es lo primero que te pregunta todo el mundo cuando hace mucho que no te ve, antes que preguntarte si lo que haces te gusta, que debería ser lógicamente lo primero. Y como no podía ser de otra forma, Gregorio me dijo que él siempre supo que acabaría aquí, tal y cómo estoy, que para él es muy bueno. Y me instó a seguir la moda de los blogs, escribiendo sobre cualquier cosa, porque él me va a seguir. Así que lo voy a hacer por usted, Don Gregorio, y voy a intentar aplicarme algo de disciplina que de vez en cuando y después de 13 años, no me va a venir mal del todo.

viernes, 26 de septiembre de 2008

chapines y beta, beta y chapines

No sé si es por inconstancia o por falta de curiosidad pero puedo contar con los dedos de una mano los blogs que sigo. Principalmente porque son individuos a los que no conozco de nada y se dedican a reflexionar sobre sus quéhaceres cotidianos. En mis favoritos descansan aquellos que me despiertan cierto interés porque conozco los gestos de quién lo escribe, y eso es un valor añadido muy alto.

Pero ¿por qué nadie cuenta aquello que le impactó hace diez, doce, quince años? A fin de cuentas, eso es lo que ha hecho que te desenvuelvas y filosofees ahora de una manera u otra.

Yo hoy voy a hablar de los chapines de rubíes, de Dorita y mis cintas.

En casa siempre hemos sido muy dados a las nuevas tecnologías; menos el Láser Disc, todo aquello que ha salido para reproducir imagen y sonido ha sido adquirido rápidamente por la mano alargada de mi señor padre, algo que le agradezco in extremis. Así que, por supuesto, teníamos dos reproductores de vídeo beta. El primero era un aparato vasto y gris en el que me dedicaba a meter cualquier tipo de objeto que cupiese por la ranura superior: bolígrafos, plastilina, gomas, peines de la Barbie, clics y canicas, hasta que descubrí que también era posible la introducción de cintas con su correspondiente reproducción. Fue un gran hallazgo, pero entre película y película, seguía con la retahila de los objetos no identificados para el pobre reproductor de vídeo.
Una vez roto, llego la segunda parte del betacam. Éste, más sofisticado, de ranura frontal y botones sin muelle, me pilló con una edad más prudencial y sin las tentaciones de sodomizar al pobre electrodoméstico. Y con la formalidad llegó el cine.

La enorme discoteca beta de la que disponíamos mis hermanos y yo era enorme. Hemos visto títulos trillones de veces, hemos roto cintas de tanto rebobinar y algunas se nos han grabado a fuego en la retina, unas por buena, otras por aburridas, y otras porque sí.

"El Mago de Oz" es una de ellas. A mí me llegó muy hondo lo de los chapines de rubíes. Me costó trabajo eso de ver a la Garland vestida de púber con calcetines grises y zapatos de charolillo rojo con alguna lentejuela que otra. Recuerdo perfectamente como no me lo creí en el primer visionado, como me chirriaba Totó, su perropatada, y el estupor que me causaban los enanos del principio. Los monos me daban miedo.
Pero fue cuestión de tiempo. En menos de un año habíamos visto tantas veces El Mago de Oz que una tarde, la cinta se nos fastidió al llegar Dorita a Oz y empezar su entrevista con el Mago. La película comenzó a liarse cada vez que llegaba a esa escena y teníamos que sacarla del reproductor con un lápiz (lápiz de franjas amarillas y negras, por supuesto). Aunque manualmente intentamos muchas veces adelantar la cinta, nunca más pudimos ver el final.

Nos conformamos con verla otro trillón de veces más hasta la escena mencionada. El Espantapájaros nos recordaba a Chema de Barrio Sésamo, éramos fanáticos de la Bruja mala del Este y nos repateaba la Bruja Buena del Norte, que fue la responsable de que la pobre Dorita se tirase todo el largo con tacones y comenzaron a caernos bien los monos. Pero para nosotros, a partir de que la cinta se fastidiase, Dorita se quedó a vivir en Oz y nunca pudo regresar con sus tíos.

Y si ahora la pusiera en DVD, dejaría de verla justo en el instante en el que antaño se lió la misma película pero en una cinta beta. Está bien eso de poder marcar el final.

sigo viva

Advertí del dolor que me causa arrancar a escribir en este espacio. Una vez parada en casa prefiero el bicheo por internet antes que escribir cualquier cosa perfectamente deducible para casi cualquier amig@.
Pero tengo a no pocos colegas repartidos por todo el planeta y, a pesar de vivir en la era de las nuevas tecnologías de la comunicación, nos cuesta horrores marcar un número o enviar un sms. Siempre damos por hecho lo que nunca habría que dejar pasar. Qué cosas. Así somos de list@s, servidora incluida.

Prometo frecuentar más estos lares.

miércoles, 30 de julio de 2008

congrumos

Esta podría ser la enésima vez que me planteo seriamente crear un espacio para escribir lo que se me antoje sobre lo que me de la gana. Al final la pereza gana el pulso y es más largo el tiempo que paso buscando un diseño de fondo que escribiendo dos entradas seguidas. Y aún invirtiendo semanas no encuentro nada que me satisfaga del todo (ni siquiera la pantonera llega a convencerme, pero a falta de pan...). No sé por dónde saldrá el invento; registrándome de nuevo respondo únicamente a los comentarios de un@s amig@s sobre la posibilidad de plasmar algunas de las chorradas que me pasan o de canalizar mis brotes de irascibilidad.

A pesar de todo, conozco pocos blogs interesantes. Mejor dicho: me parece poco interesante que todo el mundo crea que tiene algo interesante que decir; esto del igualitarismo cibernético es una pollada como un camión de grande. El mundo paralelo de los blogueros es tan extenso como flojo, porque si quieres leer algo medio en condiciones tienes que patearte veinte webs y para conseguir un texto que consiga aportar un mínimo de información últil a tu enriquecimiento inteletual, cincuenta.

Las nuevas tecnologías posibilitan que todos escribamos, que todos hagamos fotografías, que todos podamos maquetar y diseñar algo. Y no por ello, afortunadamente para muchos (dentro de los cuales me incluyo), somos escritores, fotógrafos y diseñadores. Aunque una gran parte de la población se autodenomine artistaz@. Me río yo de los artistaz@s.

Abro esto para mí y l@s mí@s, puede durar lo que me duran las palomitas en el cine (los trailers) y no soy ni escritora, ni diseñadora, ni fotógrafa.

Soy una más, grumitos incluídos.